
De sobra es conocido entre mis allegados que dentro del reducido grupo de comediantes de stand-up patrios hacia los que profeso una especial admiracion la figura de Ignatius Farray guarda un lugar privilegiado. No en vano la frase que encabeza este blog (La comedia salvo mi vida) salio originariamente de su boca, y yo llegue a apropiarme de ella en un momento de soledad y bajeza emocional donde el consumo de comedia, en la mas amplia expresion de la palabra, parecia ser lo único que daba sentido a las cosas. Sobre este mastodonte, cuyo show en vivo es una version adocenada del que grandes iconos de la contracultura estadounidense como Andy Kaufman, Lenny Bruce, y su adorado Richard Pryor (a ninguno nos importa que pegara a sus esposas, ya que nos hace reir) empezaron a realizar a partir de la década de los 50, es recomendable leer la pequeña biografía que acompaña sus performances en bares y teatros, que nos recuerda que "su comedia se basa en el insulto, el sexo y el grito sordo. Pero no se ha dicho que un hombre que se comporta como una bestia olvida el dolor de ser un hombre." Esa me parece la manera más brillante de definir a un cómico que se resiste a ser clasificado, un alma atormentada que desea ocultar la opacidad de la existencia mediante una mascara de cinismo, brutalidad y desapego emocional.


