
Precisamente hace unos días, antes de haber visionado la última apuesta del compostelano Alfonso Zarauza, comentaba con unos amigos como esta no podía encuadrarse dentro de esa ola del llamado cine low-cost. La reflexión venía justificada cuando la comparábamos con películas del movimiento #littlesecretfilm y con recientes iconos del thriller rural gallego como La Matanza Caníbal de los Garrulos Lisérgicos de Toñito Blanco y Maldito Bastardo de Javi Camino. En estos casos son siempre películas hechas al margen de la industria, autoproducidas, con presupuestos escasos y equipos que no percibirán ni tienen intención de percibir remuneración económica alguna. Encallados, sin embargo, es una película nacida dentro de una estructura industrial -con subvención de la Xunta de Galicia y la Axencia Galega das Industrias Culturais- con la única particularidad de que es extremadamente barata.
Pero Encallados es mucho más. Es una película nacida a raíz del fracaso al intentar hacer otra. De la frustración de un director, el propio Zarauza, cuando le encargan la realización de un proyecto cuanto menos irrisorio: rodar una película sobre la catástrofe del Prestige con apenas cuatro duros y unas semanas de preproducción para no perder el plazo de una subvención. A partir de esta premisa la película narra los escasos seis días en los que el director (al que da vida un Xulio Abonjo aquí contenidísimo y eficaz con un personaje bastante melancólico e introspectivo) se enfrenta junto con dos de los miembros de Zopilote, los guionistas Xosé Castro "Pato" y Andy Mahía (interpretados por Ricardo de Barreiro y Federico Pérez), a la difícil tarea de contar una historia que les toca tan de cerca sin caer en tópicos o relatos prefabricados
Alfonso Zarauza, Andy Mahía y Xosé Castro escriben una historia protagonizada por Alfonso Zarauza, Andy Mahía y Xosé Castro. Sobre esa semana que estuvieron encerrados intentando parir un guión que contase su historia. Sobre como ese fracaso les llevó a contar, efectivamente, su propia historia, sin cambiar ni una coma con respecto a como habia ocurrido. Es un interesante ejercicio de metacine con una estructura circular en el que el propio desarrollo de la película acaba llevando a la concepción de esta. El espectador, sin saberlo, es guiado de forma natural por la construcción del cuerpo fílmico del que en ese momento sus ojos están siendo testigos, y que acaba concluyendo con un arriesgado solapamiento de ficción y realidad que traslada la película a un tercer nivel de metaficción. Un cruce del cine de Jim Jarmusch (mencionado con mucho tino en la peli cuando Zarauza expresa su voluntad de utilizar en su guión la estructura de Night of Earth) con algunas de las originales filigranas argumentales que podría haber parido Charlie Kaufman. Estilos antagónicos que se dan la mano en una película ecléctica que se resiste a catalogarse a sí misma.

Rodada íntegramente por las calles de Santiago de Compostela en menos de diez días y con una composición visual mayoritariamente a base de encuadres fijos y dilatados, el universo que predomina es de comedia. Hay varios gags realmente brillantes (impagable el cameo de Luis Tosar y su narco músico de heavy metal). Una película de cuya sencillez y espontaneidad emana esa sensación de realidad que tanto parecía obsesionar a Zarauza (al real y al de ficción) a la hora de narrar su historia. Un experimento que adquiere todo su significado cuando alcanza la lectura de homenaje al ambiente nocturno de la zona monumental de Compostela y a la situación actual del audiovisual gallego.
Cuesta creer que una película financiada con dinero público critique tan abiertamente el modelo de subvenciones y todo el daño que puede ocasionar al cine. Pero no se queda ahí, y expone de manera muy fiel los problemas que surgen durante una producción audiovisual: artisteo, lucha de egos, limitaciones económicas, indeterminación de los plazos y cantidades a la hora de cobrar... además de reflexionar sobre el eterno conflicto que se genera entre los artistas que quieren plasmar su visión del mundo y los profesionales instalados en la industria que solo quieren hacer su trabajo y producir la película que el público quiere ver.
Una apuesta pequeña y con una difícil distribución. En Santiago de Compostela ha podido verse durante las últimas semanas en teatros, centros socioculturales y proyecciones al aire libre, y pronto desembarcará en Coruña y Vigo. La idea de su director es distribuírla por más teatros y centros socioculturales, una labor en la que resultará clave la periodista y activista cultural María Yañez, quien aboga por un tipo de distribución diferente, centrada en un público activo en las redes sociales y alejado de los grandes circuitos comerciales. Una película local y autoral, síntoma de una industria que se resquebraja por los cuatro costados pero que ante la eterna impotencia de sus trabajadores de vez en cuando se permite propuestas combativas e irreverentes como esta, azotes al sistema que nacen luchando por ver la luz.
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